jueves, 9 de julio de 2009

Contrariando a Eva María.

Anoche me envolvió una sensación extraña. El aire se despojó de lastre, y lo hizo con tal brusquedad que se me puso la piel de gallina; la camiseta y mi espalda eran de repente dos cuerpos diferentes entre los cuales corría el aire. Un acto reflejo llevó cada una de mis manos (tengo muchas) a frotar el brazo contrario hasta sacarle brillo. Iban saliendo de mi boca, entre castañeteo y castañeteo de dientes, pequeños geniecillos de color azul-Perito-Moreno preciosos, en formación militar, con voz chillona y la esperanza de vida de una pompa de jabón que iban diciendo: "Joder!","Qué!", "Rasca!", "Hace!", "Aquí!".

¡Tenía frío! Anoche necesité ponerme una chaqueta por primera vez desde hace meses.

Aquí hay diez grados menos o más, más o menos, que en Madrid. Y se nota. Pero se nota con júbilo y mucha pompa y circunstancia y movimientos de pierna con los pies quietos a la vez que se frota una los brazos con las manos.

A ver si llueve, aunque sólo sea durante un par de horas. Se echan de menos estas cosas, sobre todo yo que soy una fanática de la lluvia. Tenía nostalgia de la rebecuca en pleno julio, por decir uno de los doce; de ver prao en general; de no bajar al subterráneo de la ciudad para nada; de sentarte en una terraza (con la rebecuca, claro está) a ver el tiempo pasar sin que te meta prisa el camarero, a quien no le cuesta nada entablar conversación (¿amistad?) como si fueses como los huevos, "de casa"; de hablar sin preocuparte por que no destaque tu cante jondo entre castellanos correctos y castizos; de comentar sin miedo con gente joven tu opinión sobre la homosexualidad, los toros y el aborto sin buscarte mayores consecuencias que la de que te contesten con otra opinión, que aun contraria, sea del siglo XXI; y de usar el pretérito perfecto simple porque sí.


Y hasta aquí puedo hablar. Ahora, a cascala por ahí que a eso vine, a esparcer.


Dije.