domingo, 28 de febrero de 2010

Pensées profondes.

Supongo que si algo nos mantiene alejados de Casa, como pueda ser el trabajo o los estudios, no es de extrañar que también nos haga perder contacto con nosotros mismos.

Estos tiempos que corren nos inducen a sentir necesidad, e incluso ansia, de despedazarnos para que el mundo nos digiera. Como una moneda a un pozo, arrojamos pequeñas partes valiosas de nosotros mismos a ese gran engranaje de intereses y, nos gusta pensar, de oportunidades que nos presentan como "mundo" mientras cruzamos los dedos tan fuerte que hacen "crack". A veces se nos olvida cómo se descruzan y creemos en la posibilidad de que surta efecto aun sin haber arrojado moneda. Mesura, chicos, y vista al frente.

Quizá por muchas maletas que hagamos siempre dejaremos una parte importante de nosotros en el lugar de partida. Quizá nunca somos y estamos completos en ningún momento ni en ningún lugar. Las cosas pertenecen al lugar donde surgen.

Quizá no existe tal diferencia entre pueblos nómadas y sedentarios sin hablar de valentía y ambiciones. Me gusta. Olvidémonos de la geografía. Fuera caminos, canales y puertos. Hablemos de espíritus nómadas y sedentarios. Los sedentarios se acostumbran a los recursos naturales del entorno. De la misma materia prima surgen casas, herramientas, comida. Explotan sus alrededores por necesidad. Los nómadas, en cambio, están acostumbrados a acostumbrarse, que es diferente. Tienen unas necesidades que cubrir al mismo tiempo que unas ideas que desarrollar para favorecer la supervivencia. De cada lugar nuevo aprenden algo nuevo. Suman y siguen.

Los sedentarios cuentan con una zona del mundo en la que cobijarse, contar recuerdos y a la que llamar "casa".

La "casa" de los nómadas es el mundo.


Yo de mayor quiero ser nómada, aunque ahora me flaquee la valentía de vez en cuando. Admiro muy honestamente a los nómadas consagrados. Tienen que ser personas fortísimas.

Hace poco leí que los muros que surgen en nuestras andanzas han de servirnos para pensar cuánto deseamos eso que está al otro lado. No significan que nos hayamos equivocado de camino y debamos volver al principio. Simplemente nos hacen comprobar que la proporción esfuerzo-interés nos sigue pareciendo razonable. No se ha de medir la altura del muro, sino las ganas de derribarlo.

Anyway, con esta entrada sólo quería hablar un poco de libertad y movimiento.

Un último pensamiento profundo: es curioso que cuando menos libertad tenemos, que es cuando aún recurrimos al permiso paterno, defendemos nuestras ideas como brillantes, como si nadie las hubiese pensado antes. Nos niegan el permiso y de repente, de nosesabedónde, nos salen orgullo y tesón para derribar los muros mencionados de un soplido.

Sin embargo, pasa el tiempo y llega el día en que tomamos las riendas de nuestra vida y nosotros mismos nos hemos de limitar (¿hemos?). ¿A dónde se va la pasión por las ideas de la que hablaba? De repente ya no insistimos tanto; tememos, todo nos parece un riesgo terrible. Nos vemos mayores y con poco tiempo para hacer todo lo que queremos y para lo que, al mismo tiempo, no arriesgamos tanto como debiéramos. Y lo sabemos. Aquí entra en juego el nomadismo o sendetarismo de la persona en cuestión.

Y todo esto lleva a envejecer deprisa con sensación de no tener tiempo y sin pasión.

Me niego rotundamente. Me niego a dejar de apasionarme con los años. A actuar como si no importase o no me fuese a dar tiempo a terminar. Sería como asumir que 80 años son suficientes para conocer y cansarse de todo. Es ridículo.

jueves, 25 de febrero de 2010

Maple is fun.

Hoy generamos una matriz nula tan bonita que daban ganas de rellenarla.

jueves, 4 de febrero de 2010

La mierda ni se crea ni se destruye.

Se transforma.

En mi caso en calcetín de rayas blancas y negras y talón y puntera azul turquesa. Es el típico calcetín de rayas blancas y negras y talón y puntera azul turquesa que desaparece en el camino del tambor de la lavadora al tendal. O del cesto de la ropa sucia a la lavadora. O quién sabe. Ese que nos descoloca al tender su pareja solitaria y nos vuelve a descolocar al recogerla del tendal. "Ya aparecerá", porque hay tantos sitios donde puede esconderse un calcetín si no es el cesto de la ropa sucia o la lavadora o el trayecto que los une. Son listísimos.

Al barrerlo de debajo de mi cama, me decidí: es hora de limpiar el baño.

Lo que pasa en los pisos de estudiantes es que los inquilinos no tenemos experiencia previa en labores del hogar. Ni en muchas otras cosas...decentes y confesables. Así que vamos adquiriendo útiles de limpieza según los necesitamos. ¿Qué quiere decir esto? Que justo en ese momento en el que te armas de valor para enfrentarte a todas esas bolas de polvo que juntas ya recuerdan al "monstruo de humo" de Lost, no tienes bayeta, o limpiahogar (el jabón del suelo se llama limpiahogar y lo hay de sabores) o, qué se yo, ganas. Y lo dejas para otro momento en el que tengas el kit de limpieza completo, o al menos completo para una estudiante. Y además, dentro de tu alivio, te enfadas y todo. Como si de repente fueses una adicta a la limpieza.No fue el caso hoy. Como decía, me decidí a limpiar el baño a pesar de los pesares: no hay guantes de goma. Bueno, no hay mal que por bien no venga, así rascas con las uñas esas manchas que no salen ni con piedra pómez...

Como no hay guantes, no voy a usar la bayeta, que tampoco está reluciente para empezar. Idea: enjuago la fregona en el agua y el limpiahogar (¿pero qué tiene esta palabra que al decirla una se siente como Carmen Lomana?; entiéndase por la experiencia en limpiar su propio baño, no la dicción) recién mezclados y la paso por el retrete, eso que no quieres tocar ni con un palo. ¡Ay va..!

Pero como eres nueva en esto y la potencia sin control no sirve de nada, no controlas la fuerza y al repasar el trono se te escapa el mocho (apéndice "peludo" de la fregona, si bebes no friegues) y le pegas un repasón al papel higiénico, que siempre está fuera de alcance sin esfuerzo excepto en este momento. Aaaaaaagggg....

Le das un tirón al papel con manos y cara de asco y cuando has contado una vuelta o dos del rollo, lo cortas, porque ya no quedan gérmenes... ¡¡Y al WC con él!!

Sigues limpiando el retrete y se te engancha ese cacho de papel (que ya está absorbiendo agua del retrete) al mocho. Historia de amor donde las haya. Esto me recuerda a Woody Allen: "el sexo sólo es sucio si se hace bien".

Una vez te has deshecho de esas capas de celulosa semiperforadas (aquí nos limpiamos con gasa, otra vez Carmen Lomana), te das cuenta de un hueco que siempre ha estado ahí y nunca has visto: entre la pila y la bañera. Aquí se aplica la técnica del gondolero: encajas la fregona, aprietas y la retiras arrastrándola, como si hundieses el remo de tu góndola azulejada en un canal de sabor a limón. Y otra vez. He de decir que en un arrebato de teletransportación me he arrastrado yo hacia el hueco en lugar de traer la fregona hacia mí.

Y digo yo que la teoría de la relatividad tiene algún vacío teórico. Si existe un movimiento relativo, deberia limpiarse el hueco tanto si me arrastro yo hacia él apoyándome en la fregona como si arrastro la fregona hacia mí. Si es que se deja una llevar y cuando se da cuenta está contradiciendo a Einstein con un mocho y ropa de fregar.

Aclarado, alguna pincelada más por sitios estratégicos, aclarado y se friega el suelo, previamente barrido. Se deja secar. Listo para ensuciar.

Por cierto, preguntaré esto de todas formas, a riesgo de parecer que no he barrido en mi vida: ¿alguien consigue barrer absolutamente todo? Que por favor me diga cómo lo hace o me veré condenada de por vida a recurrir a la maniobra galáctica de "repartir hasta desaparecer" esa última fililla de porquería imposible de recoger.