lunes, 4 de abril de 2011

El mundo me impone nerviosa.

Celoso de los humanos más atrevidos, el mundo se pone por montera a sí mismo y lo celebra interrumpiendo el curso natural de un día cualquiera para una persona cualquiera. Y no podemos hacer nada por evitarlo. Si lo haces, vas a la cárcel.

Por un lado, están las llamadas telefónicas de compañías telefónicas. Estás concentrada en el trabajo o en unas croquetas de jamón recién hechas y te llega una llamada de número desconocidísimo. Es que ni te suena quién puediera ser; ni el prefijo te ayuda con el enigma. Pasados unos segundos reaccionas y en un momento de lucidez sientes miedo: "no serán de compañía telefónica...", piensas mientras notas cómo tu estómago centrifuga las croquetas. Por supuesto, no devuelves la llamada. En primer luegar, porque sería lanzar piedras contra tu propio tejado y, en segundo lugar, porque probablemente estarías llamando a Ecuador como mínimo y, por mucho que lo nieguen los más menos del país, seguimos en crisis.

La próxima vez que llaman, de todas maneras, lo coges porque recuerda: ellos tienen más insistencia que tú paciencia. Y comienzan a desarrollar una auténtica tesis sobre la tarifa plus ultra que te ofrecen si te cambias de compañía. Personalmente, hace poco que he pasado por el aro, en honor a mis más ardientes deseos de cambiar de operador. No adivinaréis en qué terminó la cosa: conseguí que la teleoperadora perdiese la paciencia y no quisiese llamarme más. ¡Bien! Ahora sólo me quedan (unos cuantos millones) - 1 de teleoperadores por desesperar.

Y eso que fue sin querer. Yo de verdad estaba interesándome por la oferta, pero la cobertura de mierda (si fuese de chocolate, yo sería Gretel y estaría tallando esto en mazapán con una ramita de canela) de mi casa provocó que la chica tuviese que colgar y llamarme de nuevo varias veces, interrumpiendo la conversación en sus puntos más álgidos como:
- pues te regalamos el terminal,
- bueno... En realidad existe una tarifa más barata aún.

Con tanta interrupción, la amable señorita cortocircuitó y no volvió a llamarme. A partir de ahora voy a empezar a hacerlo a propósito. Que no me calienten que me meto en el ascensor...


Otro ejemplo de imposición mundana que me tensa especialmente es esta nueva onda de "músicos de metro", título al que yo añadiría "y medio". Todos tienen cabida en el metro y, por cojones, en tu rutina. Yo entiendo que son gente "ganándose la vida" (qué poco me gusta esta expresión, la vida no se gana, se tiene, otra cosa es lo que decidas o te veas obligado a hacer con ella) y todas esas cosas por las que todos abogamos alguna vez.

El caso es que estás sentada en el metro (si has tenido suerte), tranquilamente leyendo un libro y escuchando música de esa que te gusta cuando volando llega una aplicación de dolor de cabeza que se instala en tu < body > sin necesidad de drivers especiales, sólo los justos para ponerte crazy perdida. ¡Cancelar! ¡Cancelar! ¡¡¡Aaaaaaaaaaah!!! ¡¡No puedes!! Se ejecuta sin permiso ni ton ni son (si al menos tuviera son...). Tu única escapatoria es irte al vagón más proxy... Al que se trasladan los intérpretes en la siguiente parada.

Puede uno tomárselo a risa, pero si tienes el día cargadito de cosas que hacer y, tristemente, tus momentos libres has de pasarlos en el metro, no te hace ni puta gracia que te azoten con versiones denunciables de canciones pasadas de moda, o incluso canciones de otras culturas que lejos de decirte algo, te saturan los oídos.

Vamos a ver, si a ti te encierran en un vagón a cal y canto y te maltocan un acordeón y una ocarina que generan una fuerza centrífuga que te aplasta contra el cristal de la puerta, dejándote los oídos, lof dientef y lof mofletef en el mifmo, fin poder falir... ¿Les das dinero? ¿Les darían dinero los altos y bajitos mandatarios? Ah, espera, que esos no usan el metro, ni las esquinas de las calles y regalan rosas en docenas el día de la madre y no una sola una noche, en un bar.

Empiezo a considerar esto un impuesto más, nunca mejor dicho.

Y la culpa no es de estas personas sin recursos. Esto de la inmigración descontrolada me recuerda a las cajas de experimentación con animales, donde se introducen y se juega con ellos sin dejarlos escapar de los barrotes. Si aprietan tal palanca tal número de veces, obtienen comida, pero si el tiempo establecido entre comida y comida es muy alto, mientras beben, husmean, se cagan en todo...

...O tocan en el metro.

Esta realidad, ¿no os pone nerviosos?

1 comentario:

Oh my Cat! dijo...

Cuanta furia acumulada.

Es bueno ver cosas nuevas por aqui...