jueves, 22 de abril de 2010

Nueva York IV: You Can't Always Get What You Want.

Café con escalofríos frente a los reconstruidos cimientos de lo que otrora fuera el World Trade Center de Nueva York. A pesar del ruido constante de las obras, lo sientes. Sientes un silencio que no corresponde, que no debiera darse allí. Es un silencio incierto, como el que se da cuando una persona, inesperadamente, explota en ira y nadie sabe qué decir, si es que se debe decir algo. Silencio de incomprensión que ahoga hasta el claxon de los coches.

Comienzas a fijarte en los edificios circundantes, que tampoco son de dos plantas, en lo cerca que están unos de otros y entonces te preguntas: ¿qué talla podría haber tenido aquel terrible Big Bang?

Nunca he estado tan cerca de dimensionar mentalmente una catástrofe como aquella mañana. De comenzar a asimilar el Horror, que aún se respira en el ambiente enrarecido, fantasma. Se filtró por grietas, paredes, cristaleras y espíritus, dejando humedad para siempre.Y se percibe. Se percibe de tal manera que la gente es más prudente alrededor de los cimientos. Reina una tranquilidad propia del ojo de un huracán, donde se lamenta el desastre a la vez que se teme un nuevo azote. Incluso los taxis parecen menos amarillos, no chillan.

Por suerte, existen personas a salvo de esta desgracia. Y no hablo de ti y de mí y de todos los que no lloramos a nadie de allí. Todos hemos perdido. Hablo de pequeñas, afortunadas criaturas felices en su ignorancia, como una niña de unos 6 años que se cruzó en nuestro camino en el metro. Un señor tocaba y ella bailaba. Sin entender de restricciones. Empezó de la mano de su padre y cuando éste le soltó la mano, ella arrancó en solitario. La gente, de mutuo acuerdo, fue arrinconándose en el andén, abriendo un claro que la infanta bailarina no dudó en utilizar, a pesar de las columnas. Ella bailaba, la gente se abría y ella ampliaba su pista de baile. Segura de sí misma, perdida en su coreografía inventada, se abría paso en una parada de metro abarrotadísima, en Nueva York. ¿Cuándo dejamos de ser tan endemoniadamente felices?

Ese día paseamos por el Financial District. Enfrente del cementerio de la Trinity Church me compré un señor Smoothie (batido sin leche) de fresa y mango, hecho al momento de fruta súper fresca. Fue tal el placer que me produjo que esperé hasta el Federal Hall a tomarlo a gusto porque delante del cementerio ya me estaba dando apuro.

Bajamos también hasta los muelles, donde comimos. Cerveza del día: una de las cinco cervezas caseras que tenían, concretamente la "most refreshing". 

Para bajar la comida nos dirigimos hacia Chinatown. Por el camino vimos a un colaborador de prensa rosa español, "el de los tucos". Y en la China neoyorquina coincidimos con el gobernador del estado de Nueva York, David Paterson. Lo recibieron con dragones chinos, algún personaje pintoresco de cultura popular china y coles pescadas con una caña (?).



Lo que más me sorprendió del encuentro fue la seguridad del gobernador, aparentemente escasa. Aunque tenían a un par de chinos por allí abriendo paso que cualquiera les decía que no. Esos sí que saben curtir cuero. La verdad es que una pelea callejera de chinos debe ser directamente una película. Cuántas pelis habrá con escenas robadas. Bueno, esta violencia bautizó el Bloody Angle o "esquina sangrienta", que doblamos al marcharnos. Es una esquina de Chinatown de historia relacionada con las mafias chinas y sangrías. Allí asesinaron a Don Simón. El nombre comercial es honorífico.

Asumimos que pasamos también por Little Italy. Y digo asumimos porque Chinatown se la ha ido comiendo entera. 


A view from the bridge, de Arthur Miller. Starring: Liev Schreiber, Scarlett Johansson, Jessica Hecht. 


Nos gustó muchísimo a los dos. Para Scarlett, ducha en el cine, es el primer contacto con el teatro. El escenario incluía una plataforma central giratoria con dos decorados: exterior e interior de la casa principal. El teatro, Cort Theater, no es especialmente grande, lo que me pierde. Ver una representación teatral a cargo de gigantes en un teatro pequeño tiene un encanto muy especial que de otra forma se perdería.

Para rebajar el drama de la obra, surgió un pequeño lío cerca de nuestros asientos. Dos personas habían comprado la misma entrada via Ticketmaster. Un Señor Muy Gordo y Cabreado y una Señora: 

SMGC:  La entrada es mía y te voy a decir por qué: yo compré la entrada por Ticketmaster, la perdieron y te la revendieron a ti. 
S: yo también la compré por Ticketmaster, ¿cómo van a vender una entrada dos veces?
SMGC: ¡Esta entrada es mía porque pone mi nombre!
S: Mi entrada también pone mi nombre.
SMGC: Ah, ¿sí? ¿¿Cómo te llamas??

Antes de que el SMGC se desatascase de su asiento y se tirase como un maníaco a ver qué nombre ponía en la entrada de la S (sigo sin comprender cómo pretendía decidir la validez de la entrada de la señora en función de cómo se llamase ella), medió la acomodadora. Ésta es una señora, estilo a las del aeropuerto que comentaba en la primera entrada de Nueva York, que lleva toda la vida ahí y está cansada de líos. Se los llevó a los dos a la entrada del teatro, donde comprobaban la validez de las entradas. Ambas eran válidas. No nos dio tiempo a ver cómo resolvían el problema porque apagaron las luces, pero sí llegamos a ver que había más gente en esa misma situación. Aaaaay Ticketmaster...

En el intermedio ya no protestaba nadie. Pero había gente que se seguía haciendo notar. Había una chica que tenía toda la pinta de ser modelo, muy, muy joven, con un vividor pero elegante treintañero en un palco. Un par de pijos de libro, con asientos de primera fila, se levantaban a apoyarse en el escenario con su culo en pompa y circunstancia mirando desafiantes y sedientos de atención al resto del público, que aprovechaba el tiempo y la tontería presente para ir al baño. ¿Cómo de desesperado tienes que estar para ir a un teatro a lucirte aprovechando un público entero que no te pertenece? ¿Vas al teatro a competir con los actores? Qué pestazo tan insano a gilipollas llegaba de aquella primera fila. Esta gente debe tener un globo de helio intracraneal. No encuentro otra explicación a que se mantengan erguidos y con volumen en la cabeza, al margen del peinado. Esto sí que es una zona cero. Quién tuviera un alfiler a mano...

El espectáculo se reanudó y nos dejó un gran sabor de boca. Al menos el justo para tapar aquel odor a panolis.

De vuelta a casa, nos dejamos deslumbrar por las luces de Times Square, donde cogimos el metro. Al salir de nuevo a la superficie, pude ver la luna y respiré tranquila al comprobar que el mundo seguía siendo el mismo. Todo formó parte del espectáculo. Y me dormí.

1 comentario:

Pelayo dijo...

No recordaba que hubiésemos hecho todas esas cosas en un único día!

La verdad es que la zona de los muelles (South Street Seaport, por si algún curioso quiere buscar por ahí...) es super chula, y más en el primer día soleado del año ¿eh? :D

No nos quemamos, pero casi!