miércoles, 7 de abril de 2010

Nueva York I : ligero equipaje para tan largo viaje.

Subimos a un taxi y 27€ después pisamos Barajas. Creíamos que con tiempo suficiente para facturar y aburrirnos esperando a que llegase el minuto de embarcar. Pues no. Las 2 horas de antelación han pasado a la historia. Mínimo 4. Hubo que esperar una cola considerable, de tensiones también considerables.

¡Nos toca! "Hay overbooking, de modo que no tenéis asiento asignado a no ser que algún pasajero falle."

¡Big! "BANG"

Debido a este atraco a check-in armado, en un abrir de ojos y boca echamos a correr como locos hacia la puerta de embarque correspondiente. Cómo no, era la última de la T4: U74. Con la sudada y el jadeo de nuestra vida de tanto correr, y sigo hablando del aeropuerto, nos dimos de bruces contra una COLA. Un látigo humano que nos sacudió el sudor de la frente a cámara lenta, con los mofletes a galope. Algo regalaban, seguro, por ejemplo plazas en el avión

Cuando quedábamos los 5 del overbooking pringaos, nos enteramos de que una pareja joven llevaba 6 días esperando. 6 días. 1, 2, 3, 4, 5 y 6. Uno detrás de otro. El corazón nos bajaba cual ascensor sin frenos. Por suerte, amortiguó la caída el hecho de que estos dos personajes son hijos de trabajadores en el aeropuerto y deben tener algún tipo de ¿ventaja? al viajar, como: asiento libre --> viajas, chaval. También deben tener mucha paciencia porque hacer una maleta y una mochila y abrirla y cerrarla 6 días debe ser una gran lata de melocotones en almíbar.

Habiendo entrado en un interesantísimo debate acerca de estudios estadísticos, la diferencia entre los conceptos perder y dejar de ganar dinero y con amenaza de indemnización de 600€ para cada uno y vuelo siguiente en los oídos, confirmaron plazas vacías y tuvimos que subir. ¡Vaya, hombre!

Sobra decir que las maletas no subieron con nosotros. ¿Cómo habría solucionado este problema Terry Pratchett?

Llegamos a Nueva York a las 19:40 de allí. Inmediatamente después de un control y otro y otro fuimos a reclamar el equipaje. Ilusos de nosotros, que nos creíamos que lo que sale en las pelis es mentira todo. Realidad pura y dura.

La situación en el mostrador de Iberia era la siguiente:
una señora entrada en carnes, años, pelos y chicle, apoyada sobre su mesa y jugando con un bolígrafo, nos atiende. A su lado, otro dependiente entrado en años, bigote, dioptrías y disconformidad con el mundo no necesita chicle porque masca una queja tras otra acerca de clientes ¿inesperadamente? preocupados por las maletas con un "they always show up!!". Y ni siquiera iba dirigido a nosotros. Quién le oyera cuando nos fuimos...

Apareció la tercera en discordia. O discardio diría yo a juzgar por el sobrepeso. Resultó ser la standing comedian del aeropuerto. Lo agradecimos, oye. Nos hizo más ameno el intercambio de datos con la quinceañera con progeria que tiene por compañera.

Señor de bigote: Oh, I've left my glasses over there.
(Ah, me dejé las gafas ahí.)    
Standing comedian: You saw that very clearly...
(Lo has visto muy claramente...)


Una vez fuera, pillamos un taxi hasta Brooklyn. El taxista, por cierto, hablaba muchos idiomas, entre los cuales no estaba el inglés ni ningún otro reconocido por la Escuela Oficial de Idiomas. Nos entendimos de igual modo gracias a esa intuición universal de los taxistas de un continente para con clientes de otro continente, estando todos en un tercer continente...¿? Para más inri, nuestro portal era el único que no tenía el número en la puerta en una calle con más de 600.

Nuestra casera resultó ser una señora bohemia de la vida con gafas de pasta y brillantes y un scott terrier llamado Hansel, "Hans". Nos contó que desde el edificio en cuestión, donde viven varios fotógrafos, fue tomada la fotografía que ocupó la primera página de The New York Times el 12 de septiembre de 2001. Imaginaos qué vista se aprecia desde la azotea del edificio... Y ahora elevadlo al infinito.

Rodeados de velitas apagadas, papel de cocina con corazones, molde de hielos de corazones, un vino de agua dulce llamado Petit Amour (el cual explicaba el participio en la historia de haberse dedicado durante un tiempo la casera y su marido a la importación de vinos españoles) y alguna horteradilla de serie más que contrastaba fuertemente con el apreciable estilo decorativo de nuestro loft y del suyo, caímos rendidos en la cama más grande en la que he dormido nunca.

La Ciudad, mientras, esperaba pacientemente al otro lado de nuestro ventanal y del puente de Williamsburg.



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