jueves, 25 de diciembre de 2008

¡Supercalifragilisticoespialidosa Navidad!


*Foto: Carnaval de 1996.


Las canciones navideñas por excelencia, para mí, no son los villancicos, sino las que componen la banda sonora de la mejor película del mundo: Mary Poppins.

Cuando yo era pequeña, solían emitirla por la televisión una Navidad sí y otra también. Y la disfrutaba, disfruto y difrutaré siempre como la primera vez. Un año me la grabó mi Madrina en vídeo (¡VHS!) y al año siguiente se grabó encima accidentalmente...

¡Menudo disgusto! Ya no podía ver a esa fantástica niñera cantarina cuando me viniese en gana. Me inundaba una tristeza como la de Jane y Michael cuando Mary les anuncia, mientras mete su perchero, su lámpara y su paraguas en su bolso, que debe irse porque hay más niños que necesitan consuelo.

Es el día de hoy que pienso en aquel incidente y algo me pincha por dentro. Es lo que tienen las decepciones de la infancia, que se graban a fuego en la memoria y en los sentidos y siempre están listas para escocer. Son vividas con tal dramatismo y sinceridad en su momento que es inevitable que dejen cicatriz. A veces pienso que solamente es posible para un adulto sentir como un niño en los sueños, donde totalmente indefensos somos víctimas de sensaciones incontrolable e infinitamente intensas.

Ayer, instalando un antivirus (¿VHS? ¿Qué es eso?) en casa de mi Madrina precisamente, de repente reconocí un chorro de voz que llegaba a mis oídos a la misma velocidad que se abría camino en mi memoria como flor de loto entre el barro. Me lancé hacia el salón y... ¡Voilá! Mary Poppins recogiendo la habitación de Jane y Michael con un poco de azúcar. ¡Qué sensación tan dulce se apoderó de mí! Allí plantada delante del televisor en Nochebuena revivía la frustración que aún me acompaña de no saber chasquear los dedos. Claro que antes la decepción era mayor, porque chasquear los dedos iba imperativamente acompañado de levantar cosas del suelo y que se recogiesen solas automáticamente (¡el sueño de todo niño!), así que me sentía incapaz de hacer dos cosas.

Hubiera dado un pie por haberme visto la cara.

También estaban el jarabe que cambia de color, los cuadros de tiza, la silueta de Mary Poppins, los caballos de tiovivo por el barro, hollín, 2 peniques, cometas remendadas con papel de periódico, un bombín roto como una lata abierta... Todos allí reunidos a modo de felicitación navideña para mí, me he permitido pensar.

De noche, comentando mi Madrina y yo la emisión de esta joya del cine musical, le pregunté si se acordaba de aquella cinta de vídeo maldita. Y con una expresión de rabia y dolor amansados por el paso del tiempo y su característica y eterna sonrisa me dijo: claro que me acuerdo...

Entonces comprendí que aquel capítulo de mi vida nos aflige a las dos cada vez que esa señora con flor en el sombrero y bolso que desfía las leyes de la física asoma su cara de porcelana por el televisor. Es uno de los recuerdos de mi vida a los que más cariño tengo, porque por muchos años que pasen, sigue tan vivo en mí y en ella como lo estaba en aquel retaco rizoso y su Hada Madrina. Ahora, en vez de llorar, puedo reírme con ella a sabiendas de que también es una de sus mejores memorias.


Los que podéis, aprovechad estas fechas en las que os reunís con las constantes de vuestras vidas para sentiros a salvo del paso del tiempo. Por mucho que digan, como en casa no se está en ningún sitio.

2 comentarios:

Pelayo dijo...

Me he acordado de uno de los disgustos más grandes de mi infancia (o ya no tan infancia, pues tendría 11 años) y sin duda los hay que se graban a fuego.

Un descuido desafortunado provocó que una plancha de la ropa le hiciese un agujero fatal (a la par que enorme xD) a mi camiseta de futbol de Marco Van Basten. Era naranja, como no podía ser de otra manera, y de mi jugador favorito ever de aquella época.

Maaaaadre mia, lo que lloré no lo quiero ni pensar. Rios de lágrimas !!!

Craisis dijo...

yo es que soy más de los goonies lovin :), llegué