lunes, 8 de diciembre de 2008

Sweet Sweet Sweet December


Ayer, a las 15:42, miré por la ventana y ahí estaba Él. Siempre tan apuesto y dispuesto. Pidiéndome por teléfono que le abriese porque a mí, de la sorpresa, se me pasó por completo y toda mi atención se centraba en conseguir someter a mi sonrisa para poder articular palabra.

Ayer despertó y decidió conducir durante 4 horas para que mi tarde de domingo invernal no fuese tan fría. Y quedó una tarde tan cálida y dulce que cualquier polvorón de mi bandeja de Navidad nos hubiese sabido a helado de sal.

Eso explica por qué llovía ayer y hoy de esa manera en Madrid desde que Él llegó hasta que se fue. Todo el sol lo tenía yo...

Durante dos días dejé de notar el peso de los 500km que nos separan a diario. Dejé de oír el eco de mi nostalgia al rebotar contra estas cuatro paredes y me sentí más acompañada que nunca. Me vi intrusa en esa realidad exquisita e insana tangible sólo para los poetas y los suicidas.

Así es como un fin de semana cualquiera se convirtió en uno de esos recuerdos que te auxilian en los peores momentos, aquéllos a los que se acude con desesperación cuando se tiene la sospecha de haber sido feliz y el mundo lo pone en duda. Aquéllos capaces de dejar una cálida sonrisa en el más frío de los cuerpos inertes.


Tengo conmigo a un genio de esas ocho letras...

1 comentario:

Pelayo dijo...

^^

Mientras hacía el viaje de ida me entrentenía pensando en tu reacción ante la lil' surprais.

En el viaje de vuelta me daba cuenta de que, sencillamente, la había subestimado.